Familia y Herencia

Si me detengo a pensar qué es lo más opuesto a mí –el tener unos
instintos inconmensurablemente vulgares-, no encuentro a nadie que lo
represente mejor que mi madre y mi hermana. Creer que semejante gentuza
son parientes míos, sería una afrenta contra mi divinidad.
El trato que me han dado hasta ahora mi madre y mi hermana me
horroriza de una forma indecible. Quien actúa así es una perfecta máquina
infernal, que conoce con una seguridad precisa el momento en que puede
herirse del modo más despiadado, mis momentos más elevados, pues en
ellos carezco de fuerza para hacer frente a los gusanos venenosos.
Con quien menos emparentado se está es con los propios padres; estar
emparentado con ellos sería el signo más evidente de vulgaridad.
Los seres superiores proceden de algo infinitamente anterior, y para que
sean creados unos seres así, ha sido necesario estar reuniendo, ahorrando y
acumulando durante muchísimo tiempo. Aunque yo no lo entienda, mi
padre podría ser Julio César o Alejandro, ese Dionisio de carne y hueso.
Entre castidad y sensualidad no se da una antítesis necesaria; todo buen
matrimonio, toda auténtica relación amorosa de corazón está por encima de
esa antítesis.
Es sabido cuáles son las tres pomposas palabras del ideal ascético:
pobreza, humildad, castidad.
La sensualidad no queda eliminada cuando aparece el estado estético,
como creía Schopenhauer, sino que únicamente se transfigura y no penetra
en la conciencia ya como estímulo sexual.
Con frecuencia, la sensualidad crece más a prisa que el amor, y ello
hace que su raíz sea débil y fácil de arrancar.
Hasta el concubinato ha quedado corrompido…con el matrimonio.
Los padres convierten involuntariamente a sus hijos en algo semejante a
ellos, y a eso le llaman “educación”. Como el padre, también hoy el
educador, el estamento, el sacerdote o el gobernante siguen viendo en cada
nuevo ser humano una ocasión fácil para lograr una nueva posesión.
Recurriendo a una educación y cultura mejores, lo único que se
consigue es disimular la herencia. Y ¿qué otra cosa pretende hacerse ahora
con la educación y la cultura? En esta época nuestra, tan popular, es decir,
tan plebeya, la educación y la cultura se han de reducir por necesidad al
arte de disimular los orígenes, todo lo que ha heredado de plebeyo un
cuerpo y alma.
No se puede borrar del alma de un hombre aquello que con mayor
placer y constancia hicieron sus antepasados, ya fueran éstos gentes
ahorrativas, meros apéndices de una mesa de oficina o de la caja de un
banco, modestos burgueses tanto en sus apetencias como en sus virtudes; o
bien vivieran acostumbrados a estar siempre dando órdenes, amantes de las
diversiones burdas, junto con unas obligaciones y unas responsabilidades
más burdas aún; o bien se tratara de individuos que en algún momento
sacrificaron sus antiguos privilegios de nacimiento o de fortuna para vivir
sólo de acuerdo con su fe –con su “Dios”-, como hombres de conciencia
implacable y delicada, que se ruborizaban ante cualquier compromiso.
Entre hombres de una clase elevada y selecta, los deberes serán ese
respeto propio de la juventud, ese recato y delicadeza ante todo lo antiguo,
venerado y digno, esa gratitud hacia el suelo en que crecieron, hacia la
mano que los guió, hacia el santuario en que aprendieron a orar; sus
momentos supremos serán los que más firmemente los aten; los que más
duramente los obliguen.

F. Nietzsche (del libro El Espíritu Libre)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Excelso texto, Luigi.

aleyxandre Lewis dijo...

Grazie mile Salvatore!!